Vamos a pensar que la vida puede ser más hermosa, si te fijas en las prioridades de la naturaleza, por ejemplo la belleza de las rosas para suavizar nuestras miradas,
en la profundidad del mar, para transportarnos, entre otras cosas,
en la liviandad del aire para respirarlo,
en el cantar de las aves que calma nuestras impaciencias
con el sonido placentero de sus indescifrables notas,
en el inexplicable surco del horizonte,
en los puntillos centellantes de las estrellas,
en las bellas alboradas que nos suavizan el alma.
Y aunque sean muy duras aveces las realidades o tengamos momentos de vacías impotencias, si volteamos a la página del amor, nuestra vida pudiera ser mejor,
no pensando en lo que otro hizo, dió o dejó de dar, sino en aquello que podemos ofertar.
Todo en la vida tiene dos caras como una moneda
todo depende de cuál elegimos, todo depende nuestro ser, si es capaz de amar:
de elegir esparcir el odio o el amor,
la responsabilidad o irresponsabilidad,
honestidad o deshonestidad,
la justicia o injusticia,
el valor de perder o de no aceptar,
la sabiduría de ganar para compartir
o para envanecernos en nuestro egoísmo
y en un falso orgullo que destruye,
soltar la ambición que nos ciega en un falso poder que desaparece,
vencer la envidia que nos corroe como carroña hambrienta desenfrenada,
en cultivar la humildad o humdirnos en la arrogancia,
en tener caridad sin alardear
o guardar las caras de hipocrecía basada en el engaño y las mentiras.
Cuántos errores más podríamos nombrar que nos pueden impedir batallar y alcanzar un poco de bondad, solidaridad, compasión, tolerancia, humildad, compasión, laboriosidad para avanzar, prudencia para saber cuándo actuar, perseverancia para no cansarnos, fe para continuar sin desfallecer y amor para sobrevivir a todo.
Posiblemente pudiéramos ser mejores pero debemos decidirlo, hasta tanto no lo decidamos es muy probable que tantas bellezas que nos rodean jamás podamos verla y mucho menos sentirlas.
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